POR LEONEL FERNÁNDEZ
Con motivo del triunfo electoral de
Barry Goldwater sobre Nelson Rockefeller, en las primarias del Partido
Republicano, en el 1964, Richard Hofstadter, un destacado politólogo
norteamericano, elaboró el concepto de lo que él denominó como estilo paranoico
en la política de los Estados Unidos.
Esa política de paranoia, tomada
como metáfora, no en sentido clínico, consistía en un comportamiento colectivo
de carácter emocional, adoptado por grupos conservadores, que expresaba una
visión del mundo en la que predominaba un sentimiento apocalíptico de
destrucción, de agresión y persecución por parte de los enemigos de la nación.
Ejemplos de esa política de paranoia
se encuentran en distintas etapas de la historia norteamericana. Así, en el
siglo XVII, a través de la cacería de brujas en Salem, Massachusetts; el
surgimiento del Ku Klux Klan, como organización promotora de la supremacía de
la raza blanca en el siglo XIX; y las implacables persecuciones anti-comunistas
desatadas por el senador Joseph McCarthy, durante la segunda mitad del siglo
pasado.
“Si gana Trump, será el
triunfo de los inconformes con el actual estado de cosas dentro del Partido
Republicano”.
Ahora, con el surgimiento de Donald
Trump como aspirante a la nominación presidencial por el Partido Republicano,
asistimos al retorno de ese estilo paranoico en la política de los Estados
Unidos.
Donald Trump es un exitoso
empresario del sector inmobiliario. Tiene diversas obras, como la Torre Trump y
el Hotel Internacional Trump, construidas con un estilo arquitectónico propio,
en diversas ciudades de los Estados Unidos y del mundo.
Además, ha cosechado notables
triunfos en el desarrollo de proyectos turísticos, en la promoción de juegos de
casinos, en varios deportes y en la organización de concursos de belleza, como
los de Miss América y Miss Universo.
La personalidad
Pero ha sido, tal vez, su
personalidad excéntrica, extravagante y controversial la que a través de los
años ha concitado la atención de la opinión pública.
Su primera esposa, Ivanna Trump, era
una modelo checoslovaca; su actual, Melania Trump, es otra ex-modelo de la
antigua Yugoslavia; y una de las mayores frustraciones en su mundo de
fantasías, tal como él mismo lo ha referido, es el no haber compartido una
noche de placer con Lady Diana, después de su divorcio con el Príncipe Carlos.
Hay en su personalidad un cierto
aire de delirio de grandeza, de presumido, egocéntrico y megalómano. Todo lleva
su nombre: el avión Trump, la Torre Trump, la Universidad Trump, la Plaza Trump
y el Casino Trump.
Su incursión en la televisión, con
su programa, El Aprendiz, lo convirtió en una celebridad mediática, que lo
condujo a intervenir como actor secundario en algunas realizaciones fílmicas.
A pesar de que ha declarado que
tiene un valor neto en el mercado equivalente a 10 mil millones de dólares, la
revista Forbes resulta más modesta y lo coloca en 4 mil millones de dólares,
con deudas bastante elevadas.
Desde hace 28 años, esto es, desde
el 1988, ha estado contemplando la idea de aspirar a la Presidencia de los
Estados Unidos. Originalmente, se registró como miembro del Partido
Republicano. Luego pasó a formar parte de una organización llamada Partido
Independiente.
Posteriormente, ingresó a las filas del Partido Demócrata. Se
presentó como candidato por el Partido de la Reforma; y en años recientes,
volvió al Partido Republicano, del que ahora aspira a su nominación
presidencial.
En definitiva, lo único que le ha
faltado en política al magnate multimillonario estadounidense es haber creado
su propia organización: el Partido Trump.
Al incursionar junto a otros trece
aspirantes en las primarias presidenciales del Partido Republicano, no se le
veía, en principio, con posibilidades de triunfo. Se consideraba, más bien,
como una broma de Trump, algo sin sustancia, tratando de mantener vigencia en
la opinión pública y promover sus negocios.
Sus primeras declaraciones fueron
catastróficas. Arremetió contra los inmigrantes mexicanos. Dijo que eran
narcotraficantes, violadores y criminales, lo que le ocasionó la ruptura de
varios contratos de negocios, el retiro de distintos programas de televisión y
el rechazo de la comunidad internacional.
Pero Trump no se amilanó. No se
retractó, sino que continuó con su política de ataques e insultos, en un estilo
altisonante y arrogante, que ha sido percibida por sus partidarios como una
manifestación de persona auténtica, que dice lo que piensa, sin guión alguno,
aunque no sea lo más prudente o políticamente correcto.
Ese estilo, por supuesto, se ha
convertido en su estrategia comunicacional, en la que emite juicios
controversiales, imprecisos y desatinados, pero, frente a los cuales, a pesar
de la reacción adversa, se mantiene inflexible e invariable. De esa manera,
impone la agenda del debate y se mantiene siempre a la ofensiva.
Divisiones en el partido republicano
Al iniciarse las elecciones
primarias del Partido Republicano, se consideró que quien mejor posicionado se
encontraba para alzarse con la candidatura presidencial era Jeb Bush,
ex-gobernador de la Florida, y a su vez, hermano e hijo de dos presidentes
anteriores.
Sin embargo, no resultó así. Bush
nunca despegó. Algunos podrán considerar que hubo incompetencia o
inconsistencia política de su parte, pero la verdad es que no recibió el apoyo
esperado, a pesar de ser parte de una maquinaria política y una dinastía
poderosa, por ser visto, precisamente, como candidato del establishment, es
decir, de la élite o cúpula del partido.
Aunque desde hace muchos años, el
Partido Republicano se encuentra dividido en diversas facciones o corrientes
internas, ha sido desde el 2008, con el triunfo de Barack Obama, que han salido
a flote grupos insurgentes que cuestionan la legitimidad del liderazgo
tradicional de la organización política.
Entre esos grupos surgió,
inicialmente, el movimiento denominado como Tea Party, una facción
ultraconservadora, la cual tuvo un relativo éxito en las elecciones de medio
término del año 2010.
Sin embargo, desde entonces ha
experimentado un cierto eclipse, dando lugar, más bien, al surgimiento de
sectores dentro del partido opuestos a la continuidad de los líderes
tradicionales en la dirección de la organización política y en la ocupación de
los principales cargos públicos del país.
Son los llamados miembros del
anti-establishment, quienes se encuentran profundamente enojados con la
situación económica, social y política de la nación, así como preocupados por
los cambios demográficos y culturales que Estados Unidos viene experimentando.
Es con esos sectores, integrados por
trabajadores de cuello azul, de escasa preparación académica, con estancamiento
en sus salarios, sin ningún tipo de movilidad social, y opuestos a la
inmigración y modificación de las costumbres tradicionales de la familia, con
los que Donald Trump ha logrado conectar emocional y políticamente.
Donald Trump así lo ha comprendido.
Por esa razón, ha sostenido que deportará a los 11 millones de inmigrantes
indocumentados que actualmente hay en los Estados Unidos; que construirá un
muro en la frontera con México, el cual será pagado por este país; que impedirá
el ingreso de musulmanes; que le subirá los aranceles a los productos chinos de
importación; que revisará todos los acuerdos de libre comercio; y que hará de
los Estados Unidos la gran potencia que alguna vez fue.
Para Donald Trump, como para sus
seguidores, lo que está ocurriendo actualmente en los Estados Unidos es que el
sueño americano se ha desvanecido. Lo han aniquilado los políticos
tradicionales irresponsables de Washington, que creen en un papel activo del
Estado, cuando en realidad este es el problema.
Luego de haber ganado distintas
primarias, y a pesar de la continuidad en la batalla electoral de Ted Cruz, Marco
Rubio y John Kasich, todo indica, en la actualidad, contrario a los pronósticos
originales, que Donald Trump se encamina hacia la obtención de la candidatura
presidencial del Partido Republicano.
Ese será el triunfo de los
inconformes con el estado actual de las cosas dentro del Partido Republicano y
de los Estados Unidos. Será la victoria de los integrantes del
anti-establishment, de los enojados de derecha contra el gobierno de Obama y
las élites republicanas.
Naturalmente, una candidatura de
Donald Trump no será más que un reflejo de la ansiedad e incertidumbre que se
ha apoderado de núcleos importantes del país, del racismo y la xenofobia que
actualmente prevalecen, de la polarización política que predomina y, por
consiguiente, de la crisis de la democracia norteamericana.
En síntesis, una candidatura de
Donald Trump sería un retorno a la política de estilo paranoico por la que
Estados Unidos ha atravesado en distintos momentos de su historia.
Solo esperamos que con una eventual
e hipotética elección de Donald Trump, en noviembre de este año, como
presidente de la principal potencia del planeta, la paranoia norteamericana no
contamine al resto del mundo.
lISTINDIARIO/observatorio global
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