Las leyendas
cuentan que los marinos no se internaban en el mar porque pensaban que la
Tierra era plana como una bandeja de plata, pero no es verdad. Como explicó
Jeffrey Burton Russell en su imprescindible trabajo sobre
el tema, “con extraordinarias pocas excepciones, ninguna persona educada en la
historia de la civilización occidental desde el siglo III en adelante creía que la Tierra era plana”.
Cristóbal
Colón no fue un genio que se enfrentó a la cerrazón de su tiempo por la
esfericidad de la Tierra. Eso es un mito. “El conocimiento griego de la
esfericidad nunca desapareció y todos los estudiosos medievales aceptaban
la redondez de la Tierra como un hecho establecido de cosmología”, decía Jay
Gould. Si los marinos no habían llegado antes a América era porque
la navegación occidental había sido una navegación de cabotaje, que usaba la
línea de la costa para orientarse. Internarse
en el mar a ciegas no era propio de genios, era propio de idiotas.
El problema de navegar a ciegas
Antes de la
llegada de la brújula, el mar abierto era un lugar imposible. En sus cartas y
diarios, Colón decía que las principales herramientas que usó fueron el
cuadrante, el astrolabio náutico y la cartografía celeste ptolemaica.
Aunque
hay debate sobre si también usó una brújula, lo cierto es que sin una
corriente fuerte y unidireccional como los vientos alisios
probablemente la Santa María, la Pinta y la Niña nunca hubieran llegado a su destino.
Por eso,
durante siglos los eruditos se han preguntado cómo pudieron los vikingos llegar
a Islandia, Groenlandia y, ahora lo sabemos, América. Sin duda se trataban de
marinos excelentes, pero sin los instrumentos necesarios esos viajes eran virtualmente imposibles en
espacios donde el día y la noche podían durar meses y donde, además, casi
siempre estaba nublado.
Las piedras de sol
La
respuesta, no obstante, estaba en las sagas nórdicas: el sólarstein o
"piedra del sol" que tenía unas misteriosas "propiedades
especiales" cuando se apuntaba al cielo. Evidentemente, estas piedras de sol fueron consideradas pura
mitología sin ninguna conexión con el mar.
Hasta que,
en 1967, el arqueólogo danés Thorkild Ramskou sugirió que el sólarstein podía
ser un cristal de turmalina, calcita o cordierita. Estos son minerales
birrefringentes, es decir, dividen la luz en dos. Según explicaba
Ramskou, examinando el efecto que
producían estas piedras al recibir la luz del sol se podría orientar cualquier nave.
La idea se
ve reforzada por dos cosas: el 'espato de Islandia' es una variedad de calcita
especialmente conocida (no sería raro que hubieran tenido acceso a ella o a
alguna otra variedad); y el
descubrimiento de este tipo de cristales en algunos navíos hundidos.
El problema es que ninguno es vikingo.
De
hecho, no se ha encontrado
evidencia arqueológica de que los marinos nórdicos usaran este tipo
de piedras. De hecho, no sabíamos si quiera si esto era posible. Al menos,
hasta ahora que dos investigadores húngaros, Dénes Száz y Gábor Horváth, del
departamento de óptica de la Universidad Eötvös Loránd, han
descubierto que sí lo es.
Encontrar el sol entre la niebla
Los
investigadores hicieron 3.600
simulaciones explorando todas las posibles condiciones
meteorológicas y descubrieron que «los cristales de turmalina y cordieita son
perfectos para funcionar como una “piedra solar” dicroica»; también han
descubierto que «los cristales de calcita no son tan buenos como se creía hasta
ahora, porque habitualmente contienen impurezas y defectos que incrementan
considerablemente la posibilidad de error».
Según sus
cálculos, las piedras funcionaban perfectamente en cielos despejados o nublados
y que revisando la posición cada 3 horas era posible seguir rutas por encima
del 92% de precisión. Una vez más, parece que la
mitología tenía razón: solo
hacía falta entenderla.
Fuente:Xataka.com
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