Allá arriba,
solo es una gota de agua, una diminuta. Solo diez micras y menos siete grados
de temperatura. Y, de repente, en un patrón único e irrepetible, diez trillones
de moléculas de agua se arremolinan alrededor de esa gota y caen. Así se nace un copo de nieve.
La nieve,
junto a la niebla, es uno de los
fenómenos más difíciles de predecir. Para que nazca un solo copo se
tienen que dar una serie de circunstancias que parecen muy sencillas sobre el
papel, pero que se vuelven endiabladas en los modelos de predicción
meteorológica.
El
"milagro" de la nieve
Solo nieva
cuando se dan un pequeño rango de temperaturas y humedades en un ambiente
concreto. La mayor cantidad de nieve suele caer entre los cero y los dos
grados. Y, la verdad, dicho así parece
sencillo: bastaría con que haya precipitaciones por debajo de los 2
grados, las posibilidades de nieve existirán.
Pero no lo
es.
En la formación de la nieve intervienen muchísimos factores como la
intensidad de la precipitación, las temperaturas en las distintas capas
atmosféricas, la humedad o el viento. Y cada uno de esos factores, deben estar
"perfectamente" coordinados. Por ejemplo, todas las capas de la atmósfera deben estar a
una temperatura a cero. De lo contrario, en lugar de nieve nos encontramos
con otros fenómenos como la lluvia
engelante, el granizo, la lluvia o el agua nieve.
La
dificultad de un buen pronóstico
Esto hace
que, aunque los pronósticos meteorológicos hayan hecho avances enormes, la nieve siga siendo un gran misterio.
El cálculo de su cota es algo realmente complejo, porque incluso cuando somos
capaces de predecir que las condiciones serán las idóneas, predecir la cantidad
se vuelve (casi) imposible.
Hoy por hoy,
los expertos hacen predicciones con un nivel de precisión que hace 20 años
hubieran sido consideradas ciencia ficción. Pero en el fondo, se trata solo de
probabilidades y eso dificulta
distribuir los medios de forma adecuada.
Sobre todo,
cuando se refiere a la predicción de eventos extremos, los modelos intentan que
ponerse siempre en el peor de los casos. Eso significa que, aunque hemos mejorado
en la perdición de eventos típicos, los eventos raros siguen siendo relativamente difíciles de predecir.
La
tensión entre la alarma y la incertidumbre
Por eso,
cada vez que revisamos el pronóstico es importante tener en cuenta que todavía sabemos muy poco sobre cómo funciona
el clima. La potencia de cálculo necesaria para modelar eventos
meteorológicos es inmensa: una única nube puede tardar horas, días o incluso
semanas. Eso hace que, con nuestro nivel tecnológico actual, el pronóstico
perfecto esté lejos.
Lo que tiene
su impacto en la forma de comunicar las previsiones. Siempre existe una tensión entre la necesidad de alarmas y
la incertidumbre de cada una de ellas. Por ser claros: cualquier
sistema de pronóstico que vaya más allá de lo básico tendrá falsas alarmas.
Pero si no hacemos caso a ellas, corremos riesgos importantes.
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